martes, 20 de diciembre de 2011

A diez años del Estallido

2001
Escrito por La Redacción de la Revista Integración Nacional  
2001. Odisea en el espacio se llamó el film que imaginaba aventuras extraplanetarias emprendidas por una sociedad humana supertecnológica. Pero cuando llegó el año 2001 tal sociedad no existía y no tuvo lugar ninguna aventura espacial.

Por el contrario, el mundo entró a una nueva era de conflictos, tanto sociales como entre las potencias dominantes y los países dominados.

Pocos meses antes, Europa y EE.UU. vivían una nueva belle epoquehacía no tantos años que se había desintegrado la Unión Soviética y desplomado los regímenes comunistas del Este. Ahora los magnates rusos eran las figuras del triunfo del capitalismo en el país de Lenin. En tanto, el petróleo árabe, venezolano o africano abastecía a bajo costo a los enormes automóviles de los opulentos yanquis.

Además, los movimientos nacionales latinoamericanos, como el peronismo, habían sido derrotados, en la mayoría de los casos, por golpes cívico militares de banqueros o exportadores, que asesinaron masivamente e instauraron un Nuevo Orden rentístico financiero que los sucesivos gobiernos de las “democracias de baja intensidad” administraron tranquilamente.

El continente bolivariano no presentaba problemas para Wall Street: desde 1982, con la reocupación de las Malvinas por parte de la Flota de Su Majestad y su aliado yanqui, América Latina había sido domesticada: los gobiernos pagaban puntualmente su descomunal deuda externa, remataban su patrimonio nacional, consolidaban a los multimedios y solicitaban de manera habitual los servicios del mercado internacional de capitales.

En el resto del mundo, central y periférico, parecía que el triunfo de la “corporatocracia” era completo y definitivo.

Pero había signos de tormenta. Ya en 1994, 1997, 1998, 2000 brotaron crisis financieras. El agotamiento de los recursos no renovables y la voracidad del capital financiero pusieron fin a la vida descansada de esa parte privilegiada del globo. Luego de romper con sus antiguos socios de Al Qaeda y de los célebres atentados perpetrados por éstos, el presidente Bush comenzaba una nueva era de rapiña desesperada de hidrocarburos, que siguió luego por Iraq y que ha continuado su sucesor, el Premio Nobel de la Paz, Obama.

Al mismo tiempo, en la Argentina, el sistema económico implementado por Martínez de Hoz, y administrado por Cavallo en tres gobiernos distintos, de facto o de iure, así como por los demás Ministros educados en Chicago y sus compinches de la partidocracia menemista, delarruista o “progresista”, estallaba en mil pedazos.

¿Qué había ocurrido? El Plan de Convertibilidad completó la recolonización del país. Sin industria no había producción y los niveles de consumo popular se desmoronaron. Basta recordar aquellos días: las calles del centro mendocino, con sus locales cerrados y la multitud de subempleados y desocupados que se agolpaban repitiendo escenas de la “Década Infame”.

Los dólares se importaban vía créditos internacionales. El servicio de la colosal deuda externa absorbía las energías del país exhausto. Las grandes empresas del Estado, imprescindibles para la modernidad, como YPF, habían sido enajenadas a la “oligarquía diversificada” y luego al capital foráneo. Los pocos trabajadores que aún tenían empleo registrado, veían que su salario apenas les proveía de sustento. En tanto, frente a los supermercados se congregaban grupos de desesperados que no tardaría en pasar a la acción.

Pero la Casa Rosada estaba ocupada por un nervioso tecnócrata que dirigía la Economía e imponía el corralito financiero. Del imbécil procesalista que ganó las elecciones presidenciales sólo perduraba una torpe sombra: era un viejito estúpido perdido entre los estudios de TV, que sólo saldría de su pusilanimidad al modo de los cobardes: por un instante, amparado en la fuerza bruta, decretó el estado de sitio y se convirtió en responsable político de una treintena de asesinatos. Pero no pudo evitar huir en helicóptero del poder y de la vida política. Abajo, la histórica Plaza y la calle ardían. Trabajadores convocados por la CGT, desempleados, ahorristas enardecidos, todos, se levantaron y lo expulsaron.


De esta manera estallaba la crisis, como sucede siempre, primero en la periferia. Luego llega al centro del sistema. La corporatocracia internacional que monopoliza la producción y comercialización de alimentos empujó en 2011 a los pueblos árabes al umbral del hambre. La respuesta fue la rebelión contra los regímenes autoritarios vendidos al interés euroyanqui: Túnez, Egipto. La lógica del saqueo es indetenible, y los bandidos aprovecharon los tumultos; la CIA y los comandos secretos británicos improvisaron un levantamiento que concluyó con el ciclo de Kadafhi en Libia; al día siguiente, los “rebeldes” firmaban jugosos contratos petroleros y de reconstrucción, como en Iraq.

Hoy la crisis llegó a la Unión Europea: Grecia, España, Portugal, Irlanda parecen la Argentina de Fernando De la Rúa: las cifras de desempleo, pobreza e indigencia, así como de evaporación de la soberanía y gobierno tecnocrático de representantes de las grandes corporaciones financieras con complicidad de sus cómplices de la dirigencia política, de “centroderecha” o de “izquierda” socialdemócrata, refuerzan el parecido.

Alemania y Francia ajustan el cinturón de sus poblaciones y esquilman a sus vasallos de la eurozona. Europa se agita bajo el auge de los “Indignados”. Gran Bretaña reprime a cientos de miles de manifestantes contra el ajuste. En EE.UU.,  ocupan Wall Street y son reprimidos sin contemplaciones por las fuerzas policiales, bajo a extraviada mirada de los burlescos “brokers” que beben champán ante la muchedumbre, devorados “por el miedo y la ambición”. Entre tanto, en Grecia los suicidios aumentan el 40% en los primeros cinco meses de 2011.

Ahora, las metrópolis arruinadas y los bancos, que fueron salvados por sus Estados, necesitan hacer pagar la crisis a la sufrida periferia. Las invasiones y tropelías de la OTAN, las provocaciones petro-ecológistas de la Corona británica en Malvinas y la desesperada carrera para apropiarse de riquezas nacionales y succionar nuestros capitales son la demostración.

Pero América Latina se sobrepuso y con nuestro país, único y diferente porque por él pasó el peronismo, le llevamos diez años de ventaja. Hace menos de una década que en las repúblicas suramericanas los gabinetes “neoliberales” fueron reemplazados por dirigentes que defendieron la soberanía, la economía autónoma, y la integración continental, como Chávez, Evo Morales, Lula o Kirchner. El caso de la Argentina es actualmente un acreditado ejemplo internacional de cómo resistir al FMI y sus aliados locales.

Hoy, el Viejo Mundo vive su 2001. Nosotros debemos unirnos: los argentinos del campo nacional y los latinoamericanos, para seguir adelante y que la Plaza de Mayo sea la del Bicentenario o la de Octubre, marcando siempre el camino histórico del pueblo de la Nación hacia una sociedad más justa.

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